January 24, 2024

Insomnio en el adulto mayor

El insomnio en el adulto mayor es un trastorno del sueño que se caracteriza por la dificultad para iniciar o mantener el sueño, o por la sensación de no haber dormido lo suficiente o de mala calidad.
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El insomnio afecta a la salud, al bienestar y a la calidad de vida de las personas mayores de 65 años, y puede tener consecuencias negativas tanto a nivel físico, como mental, emocional y social.

El insomnio en el adulto mayor es un trastorno del sueño que se caracteriza por la dificultad para iniciar o mantener el sueño, o por la sensación de no haber dormido lo suficiente o de mala calidad. 

El insomnio afecta a la salud, al bienestar y a la calidad de vida de las personas mayores de 65 años, y puede tener consecuencias negativas tanto a nivel físico, como mental, emocional y social. 

¿Qué es el insomnio en el adulto mayor y cómo se manifiesta?

El insomnio en el adulto mayor es una alteración del sueño que se produce cuando la persona tiene problemas para conciliar el sueño, se despierta frecuentemente durante la noche, se levanta muy temprano por la mañana o tiene un sueño no reparador. 

Estos problemas pueden ocurrir de forma ocasional, por ejemplo, por un cambio de horario, un viaje, un estrés o una enfermedad; o de forma crónica, cuando se presentan al menos tres veces por semana durante más de tres meses.

El insomnio en el adulto mayor se manifiesta con una serie de síntomas que afectan al rendimiento y al estado de ánimo de la persona durante el día, como los siguientes:

  • Cansancio, fatiga, somnolencia o falta de energía.
  • Dificultad para concentrarse, recordar o tomar decisiones.
  • Irritabilidad, ansiedad, depresión o cambios de humor.
  • Disminución de la capacidad de respuesta, de la coordinación, del equilibrio o de los reflejos.
  • Aumento del riesgo de accidentes, caídas, errores o conflictos.
  • Disminución de la satisfacción, del placer, de la autoestima o de la calidad de vida.

¿Qué factores influyen en el insomnio en el adulto mayor?

El insomnio en el adulto mayor puede tener diversas causas, que se pueden clasificar en tres grupos: factores fisiológicos, factores psicológicos y factores ambientales.

Los factores fisiológicos son aquellos que tienen que ver con los cambios que se producen en el organismo con el paso de los años, y que afectan al sueño, como los siguientes:

  • La disminución de la producción de melatonina, una hormona que regula el ciclo sueño-vigilia y que favorece el sueño nocturno.
  • La alteración del ritmo circadiano, que es el reloj biológico que sincroniza las funciones del cuerpo con el día y la noche, y que se puede desajustar por la edad, la falta de luz o el uso de dispositivos electrónicos.
  • La reducción de la cantidad y la calidad del sueño profundo, que es la fase del sueño más reparadora y que se encarga de consolidar la memoria, el aprendizaje y el sistema inmunológico.
  • La presencia de enfermedades crónicas, como la diabetes, la hipertensión, la artritis, el asma, el reflujo, la apnea del sueño o el dolor crónico, que pueden interferir con el sueño o requerir un tratamiento que lo altere.
  • La toma de medicamentos, como los diuréticos, los antihipertensivos, los antidepresivos, los ansiolíticos, los antihistamínicos o los corticoides, que pueden tener efectos secundarios sobre el sueño, como dificultar su inicio, provocar despertares o causar somnolencia.

Los factores psicológicos son aquellos que tienen que ver con el estado emocional y mental de la persona, y que pueden afectar al sueño, como los siguientes:

  • El estrés, la ansiedad, la depresión, el miedo, la angustia o la preocupación, que pueden generar una activación fisiológica y mental que impida relajarse y dormir.
  • Los problemas personales, familiares, laborales, económicos o sociales, que pueden generar una insatisfacción, una frustración, una tristeza o una soledad que dificulte el sueño.
  • Los hábitos de sueño inadecuados, como acostarse y levantarse a horas irregulares, dormir siestas largas o tardías, usar la cama para otras actividades que no sean dormir o tener sexo, o tener expectativas irreales sobre el sueño.
  • Las creencias erróneas sobre el sueño, como pensar que se necesita dormir ocho horas, que el sueño se pierde para siempre, que el insomnio es inevitable o que no tiene solución.

Los factores ambientales son aquellos que tienen que ver con el entorno físico y social en el que se duerme, y que pueden afectar al sueño, como los siguientes:

  • La presencia de ruido, luz, calor, frío, humedad o insectos, que pueden alterar el confort y la tranquilidad necesarios para dormir.
  • La falta de adaptación del dormitorio, que puede suponer una cama incómoda, una almohada inadecuada, una ropa de cama insuficiente o una mala ventilación.
  • La exposición a la luz artificial, que puede inhibir la producción de melatonina y alterar el ritmo circadiano, especialmente si se usa dispositivos electrónicos como el televisor, el ordenador, el móvil o la tableta antes de dormir o durante la noche.
  • La falta de actividad física, social y mental durante el día, que puede disminuir la necesidad de sueño, el cansancio y el interés por la vida.

¿Cómo se puede tratar el insomnio en el adulto mayor?

El tratamiento del insomnio en el adulto mayor debe ser individualizado, integral y multidisciplinar, y debe basarse en la combinación de dos tipos de intervenciones: las no farmacológicas y las farmacológicas.

Las intervenciones no farmacológicas son aquellas que se basan en la modificación de los hábitos, las conductas y el entorno que influyen en el sueño, y que no requieren el uso de medicamentos. 

Algunas de estas intervenciones son:

La higiene del sueño, que consiste en seguir una serie de pautas que favorecen el sueño, como las siguientes:

  • Establecer un horario regular para acostarse y levantarse, y respetarlo todos los días, incluso los fines de semana y los días festivos.
  • Evitar las siestas durante el día, o limitarlas a 20 minutos como máximo, y realizarlas antes de las cuatro de la tarde.
  • Evitar el consumo de alcohol, cafeína, nicotina y otras sustancias estimulantes, especialmente por la tarde y por la noche.
  • Evitar las comidas copiosas, picantes o pesadas antes de dormir, y no acostarse con hambre ni con sed.
  • Realizar ejercicio físico moderado durante el día, pero no cerca de la hora de dormir, ya que puede dificultar el sueño.
  • Realizar actividades relajantes antes de dormir, como leer, escuchar música, meditar, rezar o respirar profundamente.
  • Mantener el dormitorio a una temperatura agradable, con poca luz, poco ruido y buena ventilación, y usar la cama solo para dormir o tener sexo.
  • Evitar el uso de dispositivos electrónicos antes de dormir o durante la noche, y apagarlos o silenciarlos para evitar distracciones o interrupciones.
  • No mirar el reloj durante la noche, ni obsesionarse con el sueño o con el tiempo que queda para levantarse.
  • Si no se puede dormir, levantarse de la cama y realizar alguna actividad tranquila hasta que se tenga sueño, y luego volver a la cama.

La terapia cognitivo-conductual, que consiste en una intervención psicológica que ayuda a modificar los pensamientos, las emociones y las conductas que interfieren con el sueño, y que se basa en las siguientes técnicas:

  • La reestructuración cognitiva, que consiste en identificar, cuestionar y sustituir las creencias erróneas, los pensamientos negativos y las expectativas irracionales sobre el sueño, por otros más realistas, positivos y adaptativos.

La restricción del sueño, que consiste en limitar el tiempo que se pasa en la cama al tiempo que se duerme realmente, y que ayuda a aumentar la presión del sueño, la eficiencia del sueño y la calidad del sueño.

  • La intención paradójica, que consiste en intentar permanecer despierto en lugar de intentar dormir, y que ayuda a reducir la ansiedad, la frustración y el esfuerzo asociados al sueño.

La terapia de luz, que consiste en la exposición a una luz artificial de alta intensidad y de espectro similar al solar, que ayuda a regular el ritmo circadiano, a sincronizar el ciclo sueño-vigilia y a mejorar el estado de ánimo.

Las intervenciones farmacológicas son aquellas que se basan en el uso de medicamentos que facilitan el sueño, y que requieren de una prescripción médica. 

Algunos de estos medicamentos son:

  • Los hipnóticos, que son fármacos que inducen el sueño, como el zolpidem, el zopiclona, el eszopiclona o el zaleplon, que se deben usar con precaución, ya que pueden provocar efectos secundarios, como somnolencia, confusión, mareos, caídas o dependencia.
  • Los antihistamínicos, que son fármacos que bloquean la acción de la histamina, una sustancia que interviene en la vigilia, como la difenhidramina, la doxilamina o la hidroxicina, que se deben usar con moderación, ya que pueden provocar efectos secundarios, como sequedad de boca, visión borrosa, retención urinaria o alteración cognitiva.
  • Los antidepresivos, que son fármacos que actúan sobre los neurotransmisores del cerebro, como la serotonina, la noradrenalina o la dopamina, y que ayudan a mejorar el estado de ánimo y el sueño, como la trazodona, la mirtazapina, la amitriptilina o la doxepina, que se deben usar con cuidado, ya que pueden provocar efectos secundarios, como hipotensión, arritmias, aumento de peso o disfunción sexual.

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