La fractura de pie en el adulto mayor es una lesión ósea que se produce por la aplicación de una fuerza excesiva sobre el pie, que puede ser el resultado de una caída, un golpe, un accidente o una sobrecarga.
Puede afectar a uno o varios de los 26 huesos que componen el pie, que se dividen en tres partes: el retropié, el mediopié y el antepié.
Puede tener consecuencias graves para la salud, la movilidad y la calidad de vida de las personas mayores, y puede requerir un tratamiento médico y una rehabilitación adecuados.
La fractura de pie en el adulto mayor es una ruptura total o parcial de uno o más huesos del pie, que se produce por la acción de una fuerza mayor que la resistencia del hueso.
Puede afectar a cualquier parte del pie, pero hay algunas zonas más propensas a sufrir una fractura, como la base del quinto metatarsiano, el calcáneo, el astrágalo o el escafoides.
Se clasifica según diferentes criterios, como el mecanismo de producción, el grado de desplazamiento, el número de fragmentos, la integridad de la piel o la localización anatómica. Según estos criterios, se pueden distinguir los siguientes tipos de fractura de pie en el adulto mayor:
La causa más frecuente de la fractura de pie en el adulto mayor es la caída, que puede ocurrir por un tropiezo, un resbalón, un desmayo, un mareo, un empujón o una pérdida de equilibrio.
Se estima que el 30-40% de los adultos mayores de 65 años sufren al menos una caída al año, y que el 5-10% de estas caídas provocan una fractura.
Otras causas posibles son el golpe, el accidente o la sobrecarga, que pueden estar relacionados con la práctica de algún deporte, la realización de alguna actividad laboral o doméstica, el uso de algún calzado inadecuado o la existencia de algún obstáculo o superficie irregular.
También puede estar influenciada por algunos factores de riesgo, que aumentan la probabilidad de sufrir una fractura, como los siguientes:
Los síntomas de la fractura de pie en el adulto mayor pueden variar según el tipo, la localización y la gravedad de la fractura, pero en general, se pueden manifestar con los siguientes signos:
El diagnóstico de la fractura de pie en el adulto mayor se basa en la combinación de tres elementos: la historia clínica, la exploración física y las pruebas de imagen.
La historia clínica consiste en recoger la información sobre el mecanismo de la lesión, los síntomas que presenta el paciente, los antecedentes personales, familiares y médicos, y los factores de riesgo que puedan influir en la fractura.
La exploración física consiste en examinar el pie afectado, buscando signos de fractura, como dolor, inflamación, hematoma, deformidad, impotencia funcional o alteración de la sensibilidad. También se debe evaluar el estado vascular y neurológico del pie, palpando los pulsos, comprobando el llenado capilar, la temperatura y la sensibilidad distal.
Las pruebas de imagen consisten en realizar estudios radiológicos que permitan visualizar el hueso fracturado y sus posibles complicaciones. La prueba más utilizada es la radiografía, que suele mostrar la mayoría de las fracturas de pie. Se recomienda realizar radiografías desde varios ángulos diferentes para que las imágenes del hueso no se superpongan demasiado.
En algunos casos, puede ser necesario realizar otras pruebas más específicas, como la gammagrafía ósea, la tomografía computarizada o la resonancia magnética, que pueden aportar más detalles sobre la fractura o sobre los tejidos blandos que la rodean.
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